Se llama Ramón Galván, pilotó un avión Pucará en Malvinas en 1982. Es vice comodoro y para el momento en que fue asignado como alférez, su hija acababa de nacer y no sabía si regresaría con vida para conocerla. Esta es su historia.
Actualmente Ramón se desempeña como Jefe de seguridad del Poder Judicial, fue director de la obra social DIBPFA –Dirección de Bienestar del Personal de la Fuerza Aérea–, filial Salta. También fue Jefe del Aeropuerto Internacional Salta y aviador militar en la Fuerza Aérea Argentina.
Solo tenía 22 años cuando lo llamaron para volar aviones en el Atlántico sur. Desde niño soñaba con ser aviador de combate. El destino no solo le cumplió el deseo sino que lo envió a un conflicto bélico que marcó el final de la dictadura más cruenta que viviera la Argentina.
“Desde los cuatro o cinco años ya tenía metido el avión de combate en la cabeza. No solo tuve la oportunidad de cumplir mi sueño de volar sino que estuve en el bautismo de fuego de la Fuerzas Aérea”, manifiesta Ramón apenas arrancó la entrevista.
Su oficina está llena de cuadros de aviones Pucará volando sobre el mar y de reconocimientos por su labor durante la guerra. Al momento del conflicto con Gran Bretaña ya tenía entre 300 y 400 horas de vuelo.
Cabe recordar que después de la guerra de Malvinas los protocolos de defensa naval cambiaron para siempre, ya que los pilotos argentinos pertenecientes a la Tercera Escuadrilla Aeronaval de Caza y Ataque; y a la Tercera Brigada área desarrollaron tácticas y técnicas nunca antes vistas, las cuales les permitían hacerse “invisibles” a los radares y sorprender a los buques británicos. Así hundieron objetivos navales en cantidades tales que convirtieron al estrecho de San Carlos y proximidades de las islas, en un verdadero cementerio de fragatas inglesas.
Como bien lo recuerda Galván, el Pucara es un avión para apoyo terrestre. Por sus características no se lo utiliza para atacar objetivos navales pero si para dar apoyo a fuerzas de combate. Así es que piloteó un IA58-Pucará hasta las islas, el cual le fue entregado al Brigadier Antonio Cruzado, un jujeño que había cursado sus estudios en Córdoba y que era muy conocido de Ramón.
El avión de Galván fue derribado unos días después, con Cruzado a bordo. Afortunadamente su piloto logró eyectarse y sobrevivir a la balacera infernal a la que fuera sometido el noble avión de fabricación argentina.
Por su parte el brigadier Antonio Cruzado, al ser tomado prisionero en el helicóptero inglés y puesto a disposición del enemigo fue parte de un trato de caballeros.
“Cuando lo cargaron en el helicóptero, el piloto le arrojó una bolsa de caramelos y le apuntó con la calefacción para que no sufriera una hipotermia, ya que ese día había llovido y Cruzado estaba en shock por la eyección”, relata Galván.
¿Cuál era tu misión?
Después del desembarco en San Carlos, demorar el avance de los ingleses hacia Darwin, hacia el centro de la isla, es decir hacia las elevaciones, ya que el que dominaba las alturas dominaba después la isla. Esencialmente demorar el avance ingles hacia Monte Kent.
¿Qué sucede cuando un piloto se eyecta?
“Se debe tirar de la manija de eyección con mucha firmeza, estando erguido, es parte del entrenamiento. Imaginen que es un cohete eyector que está debajo del asiento y que te da un impulso de 80 metros en solo dos segundos. Son 14 G de aceleración. A veces se producen desprendimientos de retinas o dislocaciones de brazos”, describe Galván.
¿Tuviste que eyectarte?
Posterior a la guerra, en el año 1990, tuve un accidente en un vuelo de prueba. Estaba a unos 30 metros de altura y tuve que eyectarme. Eso es lo bueno de este avión –Pucara– que permite hacer estas cosas. Pensé que no salía de esa pero el Pucara es un avión muy noble.
¿Cuál es la sensación en un combate aéreo?
Particularmente me tocó, de los tres aviones que cruzamos ese día, por un error, ya que no conocíamos las islas –el guía, el jefe de escuadrilla– se estaba metiendo en la boca del león, es decir en el estrecho de San Carlos. De allí cambió el rumbo y nos dirigimos a Puerto argentino, donde teníamos que ir.
Muy pegado al piso, veíamos tropas inglesas que nos tiraban y nos pegaban, ya que se veían las trazantes. Nos separamos, los tres aviones a una distancia considerable para poder hacer un vuelo cómodo y rasante. Hasta que el radar Malvinas le dice al guía: “Tiene un bandido a la cola”. Esto significa que teníamos atrás al enemigo. De los tres aviones yo venía al último, imaginen que cuando escuché eso me dije: “al primero que bajan es a mí”.
En esas maniobras evasivas y rasantes que uno hace, mirando hacia atrás, tenía los ojos prácticamente en la nuca, buscando a ver dónde podía venir el enemigo para eyectarme o ver como escapaba.
Hasta que el radar preguntó por “fierro”, el indicativo de la escuadrilla, “¿con cuántos integrantes viene?”, con tres respondió el líder. “A bueno, está bien, son los tres amigos”, dijo el radar Malvinas. Recién ahí tuve la tranquilidad de que habíamos dejado al enemigo atrás.
Solo habían pasado unos días del nacimiento de su hija y afortunadamente aquel día tuvo la fortuna de escapar. Solo un misil disparado desde un Harrier hubiera acabado con la vida de Ramón y su hija solo lo hubiera conocido por fotos enmarcadas y colgadas en una pared.
Las maniobras evasivas de aquel día no solo permitieron que la vida continuara, sino dejar paso al hecho de conocer a héroes vivos, como el Brigadier Ramón Galván y otros que pilotearon aviones A4, los cuales hundieron poderosas fragatas misilisticas.