En una era donde el cine se mide por presupuestos estratosféricos y efectos digitales pulidos hasta el aburrimiento, hay algo hermosamente punk en recordar aquellas películas que, sin un dólar ni una pizca de dignidad, lograron ser más memorables que cualquier superproducción de Hollywood. Hablamos del Cine Clase Z, ese reino de malas decisiones gloriosas, donde los efectos especiales son ketchup y plastilina, los diálogos parecen escritos en una borrachera existencial, y las coreografías de lucha tienen la elegancia de un elefante en una pista de patinaje.
Adentrarse en el mundo del Cine Clase Z es una aventura en sí misma. Algunas de las películas que, por su peculiar encanto, su falta de presupuesto evidente o su audacia para desafiar las convenciones cinematográficas, se han ganado un lugar (a veces irónico, a veces con genuino afecto) en el panteón del Cine Clase Z.
¿Por qué ver Cine Clase Z? Por la simple razón de que en medio de esta saturación de pantallas verdes y CGI hasta el hastío es justo darle una oportunidad a una perspectiva independiente de un cine hecho con tanta pasión y pocos recursos que causaba risas involuntarias, muchas veces son tan malas que resultan hilarantes, tanto como originalidad accidental debido a su falta de presupuesto y talento que a veces llevaba a soluciones creativas (o terriblemente fallidas) que no se verían en una producción convencional.
Estos elementos han llevado a convertirlas en un fenómeno de culto. Algunas películas Clase Z desarrollan un seguimiento leal y proyecciones interactivas donde el público participa activamente, con otra particularidad muy especial que es la humildad cinematográfica, la cual en su torpeza, a veces se percibe una honestidad y una pasión por contar historias, aunque el resultado sea desastroso.
Obvio que hay que tener en cuenta una advertencia para el visionado de Cine Clase Z y es que requiere de una mentalidad abierta y una disposición a tolerar (o incluso celebrar) la mala calidad. Pero la experiencia puede ser sorprendentemente divertida.
El encanto del fracaso deliberado
¿Qué tendrán estas películas que, a pesar de (o gracias a) sus errores, nos hipnotizan? Quizás sea su energía cruda, esa sensación de que todo puede salir mal en cualquier momento. Las escenas de acción son caóticas, con golpes que claramente no conectan, pero se filman con tal frenesí que uno no puede evitar reír y aplaudir.
Los diálogos suenan como si los hubieran escrito en cinco minutos, entre tragos de whisky barato: frases como “¡Maté a mi bebé y no me arrepiento!”, en Braindead, nada más ni nada menos que de Peter Jackson, el mismo de El señor de los anillos, también tuvo su paso por este género; o “Tu madre se apareó con un pulpo” –cortesía de The Toxic Avenger– son poesía involuntaria.
Y luego está el gore. Oh… el gore. Sangre que parece pintura acrílica, entrañas que claramente son salchichas vencidas, y monstruos con más costuras que un traje de los 80. Pero ahí radica su magia: todo es tangible, torpe y, sobre todo hecho a mano. En Bad Taste, Peter Jackson –si otra vez el gordo barbudo que se llevó como 17 Oscars por toda la trilogia– usó una sierra y un tazón de cereales para simular un cerebro expuesto. ¿Eso es cutre? Sí. ¿Es genial? Absolutamente.
Un mundo perdido (y no lo lamentamos lo suficiente)
Hoy, con el cine hipercontrolado por algoritmos y estudios que le tienen miedo al riesgo, el espíritu de la clase Z parece extinguido. Ya no veremos películas donde el héroe es un hombre-tortuga mutante (Teenage Mutant Ninja Turtles: Coming Out of Their Shells Tour) o donde un muñeco diabólico asesina gente mientras canta “Tutti Frutti” (Child’s Play en su esencia más Z).
Claro, el “so-bad-it’s-good” sigue vivo en producciones como Sharknado, pero falta esa “autenticidad analógica”, ese “lo hicimos porque sí” que convirtió a estas películas en reliquias de una era donde el cine podía ser cualquier cosa, incluso (especialmente) un desastre.
TOP 20: Las mejores películas clase Z de la historia
- Braindead (1992) – Peter Jackson y su orgía de gore absurdo.
- The Toxic Avenger (1984) – Un héroe deforme y mensajes “ecológicos”.
- Bad Taste (1987) – Alienígenas, vómito y Jackson otra vez.
- Plan 9 from Outer Space (1959) – Ed Wood lo hizo “mal” mejor que nadie.
- Troll 2 (1990) – “¡No pueden comer a mi hijo, goblins verdes!” y ni siquiera existe Troll 1 (!)
- Miami Connection (1987) – Rock, ninjas y motocicletas.
- Samurai Cop (1991) – Coreografías que desafían las leyes de la física.
- Birdemic (2010) – Águilas CGI y amor por el medioambiente.
- The Room (2003) – “Oh, hi Mark”. (Basta con eso).
- Dead Alive (1992) – Otra de Jackson, porque sí.
- Killer Klowns from Outer Space (1988) – Payasos alienígenas y algodón de azúcar mortal.
- Street Fighter: The Movie (1994) – Raúl Juliá diciendo “¡Mierda!” con clase.
- Hobo with a Shotgun (2011) – Violencia y justicia proletaria.
- Pieces (1982) – “¡Es exactamente lo que piensas!”.
- Chopping Mall (1986) – Robots asesinos en un centro comercial.
- Zardoz (1974) – Sean Connery en pañal. Filosofía y disparates.
- Santa Claus Conquers the Martians (1964) – Navidad en el espacio (y es tan mala que duele).
- Manos: The Hands of Fate (1966) – Un perro muriendo de aburrimiento (literal).
- Sharknado (2013) – Porque a veces el meme es arte.
- Batman & Robin (1997) – Clase Z con presupuesto de Hollywood.
Bonus track
El cine clase Z nunca fue sobre perfección, sino sobre “pasión desbordada y creatividad sin filtros”. Hoy, en la era del contenido pulido y estéril, echamos de menos ese caos glorioso. Porque, seamos honestos: ¿qué sería del cine sin un poco de ketchup, malas decisiones y diálogos que parecen gritos al vacío? Descanse en paz, clase Z. Nunca te merecimos.