HÉCTOR ALTERIO (1929-2023): EL ROSTRO SOFISTICADO Y PROFUNDO DEL CINE ARGENTINO QUE CONQUISTÓ AL MUNDO

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Con la partida de Héctor Alterio a los 94 años, desaparece una de las columnas vertebrales del cine y el teatro argentino e iberoamericano. Un actor de una elegancia interpretativa exquisita, dueño de una mirada que podía transitar de la ternura más conmovedora a la frialdad más inquietante, y cuya carrera quedó indisolublemente ligada a un hito cinematográfico: ser el rostro masculino de La Historia Oficial, la película que llevó a Argentina a ganar su primer Óscar a Mejor Película Internacional.

Nacido en Buenos Aires en 1929, Alterio forjó su arte en las tablas, formando parte de la mítica generación del Teatro Independiente. Su figura delgada, su voz grave y modulada, y su capacidad para dotar de una humanidad compleja a cada personaje, lo convirtieron en un referente ineludible desde los años 60. Trabajó con los directores más relevantes del país, como Leopoldo Torre Nilsson, en films como La maffia (1972), y supo encarnar como pocos a hombres de clase media, intelectuales, padres de familia y, más tarde, figuras de autoridad con claroscuros profundos.

Sin embargo, fue su asociación artística con el director Luis Puenzo la que lo proyectó a la historia. En La Historia Oficial (1985), Alterio encarnó a Roberto, el esposo de Alicia (brillantemente interpretada por Norma Aleandro). Un empresario exitoso, un padre amoroso, un hombre del establishment que oculta un pasado terrible. Alterio construyó un personaje monumental en su ambigüedad: no era un villano caricaturesco, sino un producto silencioso y cómplice de la dictadura.

Su actuación, contenida y llena de matices, fue el contrapunto perfecto y desgarrador al viaje de conciencia de su mujer. Cuando la película ganó el Óscar en 1986, fue la cara de Héctor Alterio, junto a la de Norma Aleandro, la que millones de argentinos vieron iluminarse en la pantalla, convirtiéndose en el símbolo vivo de un logro colectivo que trascendía el cine para hablar de memoria y verdad.

Su talento nunca conoció fronteras. El exilio durante la última dictadura militar lo llevó a España, donde desarrolló una carrera paralela y prolífica, convirtiéndose en un actor querido y respetado. Trabajó con directores de la talla de Pedro Almodóvar (¿Qué he hecho yo para merecer esto?, Carne trémula), Manuel Gutiérrez Aragón y Fernando Trueba, demostrando una versatilidad asombrosa. También dejó su marca en el cine italiano y en producciones internacionales.

Pero siempre volvía a casa. En Argentina, su legado es una filmografía de más de 100 películas donde destacan títulos como El santo de la espada, La noche de los lápices, Un lugar en el mundo, El hijo de la novia (donde compartió escena con su hijo, el también actor Ernesto Alterio) y Cenizas del paraíso. En el teatro, hasta bien entrada su novena década, seguía siendo un maestro, una presencia magnética que comandaba el escenario con una autoridad serena.

Héctor Alterio no fue un actor de estridencias, sino de profundidades. Cada gesto, cada pausa, cada línea entregada con esa voz inconfundible, estaba cargada de intención y verdad. Fue el intérprete que supo darle rostro a la complejidad moral, a la historia dolorosa y al triunfo artístico de un país.

Hoy se apaga uno de los faros más luminosos de la actuación en español. Deja un vacío inmenso en el escenario y en la pantalla, pero su obra perdura: un testimonio de talento, dignidad y esa rara cualidad que sólo poseen los grandes: hacer que la actuación se sienta no como un oficio, sino como una verdad revelada.