Más allá de la irrupción de los contenidos ondemand y la aparición de Netflix, en estos verdaderos templos de la cultura y el espectáculo se podían ver hasta dos películas en una sola función, reuniendo a la familia en un ámbito de prácticas sociales saludables. Solo en unas décadas la magia del cine se convirtió en una semiótica de la crisis económica que sufre un país con más de 60% de pobres.
“¿Qué necesita señor, que quiere comprar?” pregunta una jovencita apenas se produce el ingreso a lo que alguna vez fue el cine Apolo. En la entrada donde funcionaba la boletería y al frente un quiosco de golosinas y gaseosas; aparece una amplia escalera que llevaba a la entrada, donde unas cortinas rojas pre-anunciaban la magia.
Todo eso ha sido ocupado por puestos de ventas al menudeo y jóvenes que deberían estar en la universidad pública formándose, ofrecen sus productos para subsistir. Parece un zoco marroquí y no es más que eso, un mercado de pulgas donde la batalla contra la crisis económica se libra día a día. Cabe recordar que la Universidad Nacional de Salta está a pocas cuadras de donde funciona la “Galería Apolo”
Una vez ingresado al sector donde a principio de la década de 1980 estaban las butacas, solo se puede visualizar una hilera de puestos que llegan hasta donde alguna vez estuvo la pantalla, que en aquellos años parecía gigante pero que no lo era tanto. Un detalle no menor lo brinda el piso, el cual tiene una pequeña inclinación por la disposición visual para que los de la última fila pudieran disfrutar de las películas que allí se proyectaban.
Las primeras “Rocky”, “Flash Gordon”, “El increíble Hulk”, “Los cinco locos y el collar de la reina”, “El golpe” o unas docenas de films de artes marciales son algunos de los cientos de títulos que se exhibieron en esa sala a fines de los años 70 y mediados de los 80. Solo son algunos títulos de los que recuerda quien redacta la presente nota pero que fueron muchos más, de una época dorada del Cine, con productos de la “Era Reagan”, los cuales llegaban al tercer mundo con mucho menos apuro que el streamig.
Solo el techo delata que allí hubo un cine. Las nuevas generaciones de esos jovencitos que cansados de la pobreza y la falta de instrucción los ha llevado a tener que trabajar en esas ventas de artículos de segunda mano, quizás ni reparen en ese detalle del techo que no es menor para un nostálgico que alguna vez vio allí una película.
La semiótica de estas manifestaciones sociales y su evolución a través de los años en lo que hace a prácticas sociales, no han hecho otra cosa que mostrarnos que en un lugar donde hace 40 años los jóvenes iban a divertirse mirando una película; hoy en día en el mismo lugar, chicos y chicas de la misma edad deben trabajar vendiendo lo que pueden para sobrevivir.
Al mirar el frente del maravilloso cine Apolo convertido en un mercado de pulgas solo resta preguntarnos: ¿Qué nos ha pasado en estas últimos cuatro décadas?