Cuando se menciona a Lalo Schifrin, es inevitable la inseparabilidad que el icónico tema musical de Misión Imposible tiene con su nombre. Sin embargo, reducir su legado a esa composición sería un error imperdonable. Schifrin, el genio argentino nacido en Buenos Aires en 1932, fue un artista de una ductilidad asombrosa, capaz de fusionar jazz, música clásica, ritmos latinos y sonoridades cinematográficas con una maestría pocas veces igualada.
El éxito de “Misión Imposible” (1967) no fue un simple “one hit wonder” en la carrera del afamado compositor, sino la punta del iceberg de una carrera monumental. Schifrin, formado en el Conservatorio de París y discípulo del gran Olivier Messiaen, llevó su conocimiento académico a territorios inexplorados. Su colaboración con Dizzy Gillespie en los años 60 —donde compuso “Gillespiana”, una suite jazzística en su honor— demostró su capacidad para elevar el jazz a nuevas dimensiones.
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En Hollywood, su versatilidad brilló con luz propia. Desde la sensualidad jazzy de “Bullitt” (1968) hasta la tensión orquestal de “Dirty Harry” (1971), demostró que podía adaptarse a cualquier género sin perder su sello. Incluso incursionó en la música clásica con obras como “Tropicos” y “Cantos Aztecas”, evidenciando su profundo respeto por las raíces multiculturales.
Más allá de las partituras, Schifrin fue un innovador. Su uso de instrumentación no convencional y ritmos complejos influyó en generaciones de compositores. Artistas como Quincy Jones y Hans Zimmer han reconocido su impacto, y bandas de rock y electrónica han sampleado sus temas incontables veces.
Para televisión también compuso la música de “Manix”, “Petrocelli” y la emblemática “Starsky y Hutch”, entre otras.