“SI LOS IRANÍES HUBIERAN TENIDO LA BOMBA NUCLEAR, ESTO HUBIERA SIDO COMO HIROSHIMA”

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Siete muertos, entre ellos dos niños, 200 heridos y edificios reducidos a ruinas dejó el impacto de dos misiles en un suburbio al sur de la ciudad. Foto: Baz Ratner – AP 

Un informe revelador de LA NACION de cuenta del horror que se vive en medio oriente. Son las 6 de la tarde. El polvo impregna el aire y el ruido de una enorme topadora que tiene un brazo mecánico, no se detiene. Sigue removiendo bloques de cemento, pedazos de paredes y hierros retorcidos. Decenas de rescatistas con cascos, guantes, borceguíes y chalecos fosforescentes, con rostros agotados, que hablan de espanto, siguen buscando sobrevivientes. Debajo de una carpa, desesperados, familiares sentados en sillas de plástico -mirando sus celulares porque siguen sonando las alarmas y habiendo nuevos ataques-, siguen esperando un milagro.

“Fue un golpe muy duro, perdimos a 7 de nuestros residentes, entre los cuales dos niños, tuvimos 200 heridos, 5 graves y aún están tratando de encontrar, debajo de los escombros, a tres personas desaparecidas”, dice a los periodistas Tzivika Brot, alcalde de Bat Yam, suburbio al sur de Tel Aviv que se ha convertido, hasta ahora, en la ciudad que ha pagado más caro la operación León Ascendente lanzada repentinamente el viernes pasado a la madrugada por el premier israelí, Benjamin Netanyahu, contra su enemigo de siempre, Irán.

Dos misiles con toneladas de explosivos cayeron en la madrugada de hoy entre dos edificios de esta localidad de 175.000 habitantes, con un 30% de inmigrantes rusos y ucranianos, y causaron una destrucción impresionante. En la zona vallada y repleta de bomberos, policías, personal de defensa civil y de Zaka, el cuerpo que identifica a las víctimas de los desastres, siguen trabajando a todo ritmo. “Vamos a seguir buscando todo el tiempo necesario y siempre con esperanza. Estamos trabajando desde las 2 y media de la mañana, rescatamos con vida a decenas de personas y sabemos que en otras ocasiones ha habido gente que ha sobrevivido durante horas debajo de los escombros”, asegura Daniel Gildor, comandante del batallón de rescate, con su uniforme militar y ojos cansados. “Cuando llegamos, minutos después de impactos terribles, en la madrugada, con diversas unidades de emergencia, la escena era abismal”, describe. Y admite que sí, aunque en otras oportunidades tuvo que enfrentarse a situaciones muy duras, esta vez fue “la más desafiante”.

En este barrio humilde, de personas que suelen ir a trabajar a Tel Aviv, donde se entremezclan casas más antiguas, bajas, de tres pisos, con edificios más modernos, parece haber pasado un huracán. Algunas de las casas más viejas tienen techos de tejas derrumbados por la ola expansiva, otras quedaron en pie, pero como simples esqueletos, sin vidrios, estallados en mil pedazos y con las persianas blancas arrancadas, partidas. Desde afuera se pueden imaginar vidas normales de repente sacudidas para siempre: el tendedor con la ropa para secar, libros caídos de las estanterías destrozadas, juguetes, artefactos de cocina.