Montecarlo, 1956, en el mundo de la Fórmula 1, donde la disciplina y la concentración son sagradas, una noche en la Costa Azul con la actriz más deseada del planeta podía costar más que una simple reprimenda. Ese fue el precio que Carlos “Charlie” Menditeguy —polista, piloto y ex suegro de Mauricio Macri— decidió pagar, mientras Juan Manuel Fangio, el “Chueco”, optó por el reposo y la profesionalidad. Una elección que resumió sus personalidades opuestas: el playboy versus el estratega. Imagen: REVISTA GENTE
Brigitte Bardot con apenas 22 años y en pleno ascenso como símbolo sexual del cine francés, llegó al Gran Premio de Mónaco en 1956 con un objetivo claro: vincular su imagen al glamour del automovilismo. Su equipo contactó a Fangio, entonces la máxima estrella de la F1, para una cena. Pero el argentino, tras observar la escena desde su auto, percibió la jugada: “Ella solo quería publicidad”, relató años después su amigo el periodista Pablo Vignone. Fangio declinó la invitación. “Prefirió dormir para llegar al 100% a la carrera”, recordó Germán Sopeña en La Nación.
Mientras Fangio se retiraba, Bardot encontró un cómplice en otro argentino: Menditeguy, un bon vivant de bigote impecable y reputación de conquistador. “Charles” —como lo llamaban— no dudó: abandonó las pruebas de clasificación con Maserati y se fugó con la actriz a la Costa Azul. “No era una oportunidad para desperdiciar”, justificó después, según testigos. La escena era digna de Hollywood: el piloto, heredero de la alta sociedad porteña, y la francesa, rodeados del lujo de la Riviera, mientras su equipo hervía de indignación.
La cita se concretó en un restaurante de Montecarlo a la luz de las velas. Terminada la cena, Menditeguy invitó a Brigitte a pasar el fin de semana en Saint Tropez, algo que la actriz aceptó. Así, de buenas a primeras, Menditeguy dejó sin uno de sus pilotos a Maserati, que no le perdonó el faltazo y lo bajó del auto por el resto de la temporada.

Al día siguiente, el contraste fue brutal. Fangio, descansado, demostró por qué era el maestro: aunque no ganó en Mónaco, su carrera fue impecable. Menditeguy, en cambio, llegó tarde y desenfocado. Su desempeño fue tan pobre que Maserati lo relegó, marcando el principio del fin de su paso por la F1. “Podría haber sido campeón si se lo hubiera propuesto”, dijo Fangio sobre él, con una mezcla de admiración y lástima.
La anécdota trascendió como un símbolo. Fangio, hijo de mecánico, encarnaba la ética del esfuerzo: “Todos tenemos un límite y hay que conocerlo”, repetía. Menditeguy, el sportman aristocrático vivía para el placer: “El deporte era un hobby”, decía, mientras acumulaba títulos en polo, golf y automovilismo, pero sin la obsesión del pentacampeón.
Hoy, casi 70 años después, la historia sigue resonando. Bardot nunca más mencionó a los pilotos; Fangio se consagró como leyenda, y Menditeguy —cuyo apellido luego uniría a la política argentina a través de su hija Isabel, ex esposa de Macri— quedó como el hombre que eligió la fama sobre el podio. Un final previsible para quien fue crack en todos los deportes y conquistó a Bardot, pero no a la gloria eterna.
¿Quién ganó realmente? Fangio, con sus cinco títulos, o Menditeguy, con una noche de leyenda. El debate, como el rugir de los motores, nunca se apagará.