Dirigida por Edward Berger y basada en la novela de Robert Harris, llega a los espectadores en un momento de particular sensibilidad tras la reciente muerte del Papa Francisco. La película, que ya generaba expectativa por su trama sobre las maquinaciones detrás de la elección papal, adquiere ahora una resonancia inesperada, invitando a una reflexión más urgente sobre el poder, la transparencia y los conflictos morales en el corazón de la Iglesia Católica. Disponible en PRIME
El filme retrata el cónclave que elige a un nuevo pontífice tras la muerte de un Papa reformista (claramente inspirado en Francisco), lo que inevitablemente invita a paralelismos con el presente. Berger aprovecha el suspense político del proceso electoral vaticano—un sistema hermético y ritualizado—para explorar las tensiones entre tradición y cambio, entre el pragmatismo y la integridad. Sin embargo, la película no se limita a ser un thriller eclesiástico: cuestiona hasta qué punto las instituciones sagradas están corrompidas por intereses mundanos.
El guión destaca por su inteligencia al evitar caricaturizar a sus personajes. Los cardenales—interpretados por un reparto sólido, con Ralph Fiennes como el protagónico cardenal Lomeli—no son meros villanos o santos, sino figuras atrapadas entre sus convicciones y las presiones del poder. La cinematografía claustrofóbica, con pasillos oscuros y salas lujosas, refuerza la idea de que la fe y la política son dos caras de la misma moneda.
Uno de los aciertos es cómo la película aborda los escándalos de la Iglesia (abusos, encubrimientos, financieros opacos) sin caer en el panfleto. En vez de sermonear, muestra las negociaciones sucias que ocurren tras bambalinas, donde la “voluntad del Espíritu Santo” choca con calculos humanos.
Donde *Conclave* flaquea es en su tercer acto. Aunque la novela de Harris mantiene un tono ambiguo, la adaptación opta por un desenlace más convencional, con revelaciones que simplifican dilemas antes matizados. Además, algunos diálogos—especialmente los que critican el conservadurismo eclesiástico—suenan más a discursos que a conversaciones orgánicas.
Con la muerte del Papa Francisco, la película adquiere nueva relevancia. Francisco fue un pontífice que desafió el *statu quo* vaticano, y *Conclave* funciona como un espejo ficticio de las luchas que seguramente ocurrirán en un futuro cónclave real: ¿Seguirá la Iglesia en una línea reformista o retrocederá ante el inmovilismo? La cinta no da respuestas, pero su mérito está en plantear preguntas incómodas.
Conclave es un thriller político bien ejecutado que trasciende su escenario religioso para hablar de ética y poder. Aunque peca de cierta solemnidad y un final apresurado, su timing histórico—y su mirada crítica a las estructuras vaticanas—la convierten en una película necesaria, especialmente ahora.