El 19 de junio de 1966, en el circuito de Le Mans, Francia, se escribió una de las páginas más emocionantes y, al mismo tiempo, más injustas de la historia del automovilismo. Ese día, Ken Miles, un piloto británico con un talento excepcional y un corazón lleno de pasión por las carreras, vivió un momento que quedaría grabado para siempre en la memoria de los aficionados: el día que le robaron la victoria.
no era solo un piloto; era un ingeniero, un estratega y un soñador. Su papel en el desarrollo del Ford GT40, el automóvil que desafió a Ferrari en su propio terreno, fue fundamental. Miles no solo conducía, sino que entendía cada tuerca, cada engranaje y cada curva del coche. Era el alma del proyecto, el hombre que llevaba el volante con la determinación de un campeón.
En las 24 Horas de Le Mans de 1966, Miles y su compañero de equipo, Denny Hulme, dominaron la carrera. El Ford GT40 número 1, pilotado por Miles, lideró durante horas, mostrando una superioridad abrumadora. Sin embargo, en las últimas vueltas, la estrategia de Ford cambió el destino de la carrera. La empresa quería un final espectacular: que los tres GT40 cruzaran la meta juntos en formación, como un símbolo de su dominio.
Ken Miles, siguiendo órdenes, redujo la velocidad para permitir que sus compañeros Bruce McLaren y Chris Amon se acercaran. Lo que Miles no sabía era que, debido a las reglas de la carrera, al reducir su velocidad, perdería la victoria. McLaren, que había empezado más atrás en la pista, fue declarado ganador por haber recorrido una mayor distancia en el mismo tiempo.
El hombre que había llevado el coche a la gloria, que había luchado contra el cansancio, la adversidad y la competencia, fue relegado al segundo lugar. Miles, con su característica humildad, aceptó el resultado con dignidad, pero en su mirada se podía ver la decepción de un sueño truncado.
Ken Miles nunca pudo reclamar su victoria en Le Mans. Menos de dos meses después, durante una prueba del Ford J-Car en Riverside, California, perdió la vida en un trágico accidente. Su legado, sin embargo, sigue vivo. Miles no solo fue un piloto excepcional, sino un hombre que entregó su vida a la pasión por las carreras y que, a pesar de la injusticia, nunca perdió su amor por el automovilismo.
Hoy, recordamos a Ken Miles no solo por lo que pudo haber sido, sino por lo que fue: un héroe detrás del volante, un genio en la pista y un ejemplo de perseverancia. Su historia nos recuerda que, a veces, la vida no es justa, pero el verdadero triunfo está en la entrega, el esfuerzo y la pasión que dejamos en cada curva del camino.
Ken Miles, aunque no tenga el trofeo de Le Mans de 1966 en sus manos, tiene un lugar eterno en el corazón de quienes amamos las carreras. Porque, al final, las victorias más importantes no siempre se miden en segundos o metros, sino en la huella que dejamos en la historia.
Descansa en paz, Ken. Tu legado sigue corriendo en cada curva, en cada recta y en cada corazón que late al ritmo de los motores.
Miles en el cine
La historia de Ken Miles y su injusto final en Le Mans fue llevada a la pantalla grande en 2019 con la película ‘Ford vs Ferrari’ (titulada ‘Le Mans ’66’ en algunos países), dirigida por James Mangold y protagonizada por Christian Bale en el papel de Miles.
La cinta no solo capturó la intensidad de las carreras y la rivalidad entre Ford y Ferrari, sino que también rindió un emotivo homenaje a la figura de Miles, mostrando su genialidad, su pasión y su humanidad. A través de esta película, nuevas generaciones han podido conocer la historia de un hombre que, más allá de los trofeos, se convirtió en una leyenda del automovilismo.
Como se menciona en los post-créditos de la película ‘Ford vs Ferrari’, el automóvil que Miles ayudó a desarrollar y que pilotó junto a Denny Hulme en esa carrera, continuó dominando las pistas. El Ford GT40 ganó las 24 Horas de Le Mans en 1966, 1967, 1968 y 1969, consolidándose como uno de los coches más exitosos en la historia de las carreras de resistencia. Estas victorias no solo marcaron el triunfo de Ford sobre Ferrari, sino que también fueron un tributo póstumo al talento y la dedicación de Ken Miles, cuyo espíritu siguió corriendo en cada una de esas victorias.